jueves, mayo 22, 2008

...esperando la micro


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En la medida que los días se fueron sucediendo, nos fuimos soltando e integrando gradualmente y, por supuesto, comenzaron los pequeños grupos de amistades.
Los primeros corrillos se crearon, principalmente, al juntarnos los que veníamos de zonas similares, en los recreos y después a la hora de salida en la parada de buses. Así, fueron ocurriendo anécdotas, que son dignas de mencionar, ahí junto a aquella pasarela, que muy pocos ocupaban para cruzar el camino troncal.
La espera de la micro en aquel lugar, sentados en los peldaños de la escala de aquella metálica estructura, siempre fue entretenida y no faltaron ocurrencias. Dos en particular recuerdo le ocurrieron a Miguel López.
La primera aconteció en el mes de Octubre del año 1975, a poco terminar la Primera Vuelta Ciclista a Chile.
Una tarde, divisamos por el camino troncal desde Viña del Mar, a un pobre hombre que venía pedaleando, apenas, en aquellas viejas y pesadas bicicletas de media pista de la época -de fierro por supuesto-, dirigiéndose hacia Villa Alemana. Eran cerca de las tres de la tarde y el improvisado ciclista, después de haber subido dificultosamente el Jardín Botánico, aun le quedaba Paso Hondo y luego otro penoso ascenso hacia el interior. Pues bien, el individuo pasó quejumbroso y visiblemente cansado, enfrente de nosotros. Deliberadamente y sin aviso, Miguel saltó a la calle y le grita casi encima de su rostro… ¡¡Un chileno, un chileno!! – imitando al famoso grito de Pedro Carcuro al ver entrar a Jaime Vera, ciclista chileno, al Estadio Nacional, en la final de aquella vuelta en Santiago días atrás.
Nuestra risa fue inmediata. Estábamos algunos habituales del interior Marco Peña, Ricardo Valenzuela, Yerko y Radomiro.
El tipo se sorprendió esquivando a López y tratando de no perder el equilibrio, con el pequeño envión que ya había logrado en esa pequeña planicie que se formaba en el camino, pero no se detuvo hasta pasado unos metros más allá del semáforo existente, donde, un poco más repuesto de la impresión, se bajó de su vehículo y se dirigió a López diciéndole: ¡¡Grita ahora p’oh, hueón!! – y abordando su pesado velocípedo siguió su camino.
Otra de las rutinas que acostumbrábamos, en aquel lugar, era la de golpear los vidrios de aquellas micros que, al detenerse, dejaban frente nuestro a algún adormilado pasajero rumbo a su hogar. El segundo percance también lo protagonizó López.
En una de esas detenciones, se sintió tentado en despertar a un hombre que venía plácidamente tumbado hacia la ventana. Con la palma de la mano golpeó el cristal produciéndose un fuerte ruido y una inmediata respuesta en el amodorrado pasajero, que despertó sobresaltado, miró desconcertado a su alrededor, detuvo su vista frente nuestro y levantándose se dirigió a la salida del micro.
Desde abajo la escena se apreciaba tragicómica, al ver como decidido, nuestro personaje avanzaba hacia la puerta y pedía al chofer que detuviera el bus para poder bajar. El vehículo llevaba ya se encontraba en movimiento. Nosotros empezamos a reírnos, ya no del pasajero, sino de Miguel, el cual había cambiado la expresión de su rostro y la hilaridad inicial de su broma, había desaparecido y, por el momento, más parecía de temor, preguntándose en su interior que represalia podía venir de parte del individuo. La micro finalmente se detuvo y el hombre bajó, se acercó a López y enfrentándolo le dijo… -¡Gracias por despertarme, aquí me bajaba!…- y tranquilamente se dirigió rumbo hacia Canal Chacao.


(del libro Para Bien de Todos. Cap.6)

1 comentario:

Orlando dijo...

jajaja que buenas las dos historias, de la micro. excelente, jajajajaaa. clásicas estupideces que hicimos cuando chicos, de esas así yo tuve muchas jajajaaa, que lindo es remontarse a la infancia-adolescencia. ^_^