martes, mayo 06, 2008

La búsqueda de Jorge (...o confirmando parte del mito)

Me acuso –antes que todo- no me acordé de llamar a Víctor para esta historia, ya que habíamos quedado en hacer la búsqueda juntos.
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El 1 de marzo de este año, la Fancy haciendo limpieza de fines de verano –debo pensar que los inviernos también hace lo mismo-, encontró un archivador lleno de recuerdos del pasado. Entre muchos documentos, fotografías, cuentas y boletas olvidadas, apareció una información que por mucho tiempo andaba buscando: la ubicación de nuestro Malebrán. Su texto indicaba que se encontraba en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar, con fecha de sepultación de 26 de enero de 1991, en Tierra Adulto, corrida 3, sepultura 35, cuartel dieciocho.
Este fin de semana me tocó asistir a un funeral en dicho cementerio y después de los trámites de rigor, decidí, ya que llevaba en mi billetera un recorte con la dirección anotada, emprender la búsqueda.
La tarde, aunque fría, vislumbraba un sol que, a ratos, prodigaba algunos grados extras de calor, mientras una densa neblina, se veía a lo lejos cubriendo los altos edificios de la Avenida Perú y San Martín.
El término de las exequias a las que había asistido, me dejaron ubicado en la mitad del empinado acceso al camposanto. Me acerqué a un guardia y pregunté por la ubicación de acuerdo a las coordenadas entregadas.
- Más arriba – me dijo amablemente. ¿Todavía más pensé?
Inicié mi nuevo ascenso, pasando las grandes construcciones de nichos abarrotados de flores y con gente que acompañaba un momento a sus difuntos. Más arriba, detrás de unas largas y amplias edificaciones, estaba –efectivamente de acuerdo a lo señalado- el sector de sepulturas en tierra.
En hileras bien ordenadas, se presentaban una serie de sepulturas a ras de tierra con lápidas dispuestas verticalmente, cada una con sus nombres y números. Me detuve un momento y giré hacia la ciudad. Mientras secaba mi traspiración me di cuenta que estaba –literalmente- en la punta del cerro. –Será fácil- me dije al ver los números en las losas-, sólo tengo que ubicar el cuartel 18 y encontrar el número 35 de la tercera corrida.
Empecé la búsqueda y continué subiendo. De pronto el primer inconveniente, el cuartel 18 no estaba señalizado tan claramente como lo suponía. Tendría que ubicar TODAS las sepulturas 35 y localizar la que precisaba. A esas alturas de la tarde -y del cerro- ya estaba completamente acalorado.
Recorrí, entonces, todos los cuarteles y busqué todas las corridas número tres, verificando cada uno de los nombres que estaban inscritos en las tumbas número 35. Ninguna de ellas correspondía. Sin embargo, tampoco estaba seguro de que estuviera realmente en el cuartel 18.
En eso, aparece la salvación. Un guardia en moto-todo-terreno, efectuaba su última ronda. Le hago unas señas y logra detenerse. Al acercarme distingo que –coincidentemente- era el mismo personaje de la consulta anterior. Debe haber visto mi cara de agobio y cansado de buscar, por lo que decidió hacerlo conmigo. Sin embargo, al rato noté que estaba tan perdido como yo, pues concluyentemente la numeración de los cuarteles estaba muy borrosa, o simplemente no existía.
Entonces surgió una señal: un pequeño mojón con un número 18 pintado a mano. Lo logramos -dije- y afinamos la búsqueda en el sector: número 35, tercera corrida.
- A ver, esta es-, me dice señalando una lápida cubierta con flores y helechos. ¿Cómo me dijo que se llamaba la persona?
- Jorge Malebrán- le contesté al punto que hacía a un lado las ramas.
En aquel momento aparece escrito un nombre femenino, que –obviamente- no correspondía al que afanosamente buscaba.
No podía ser. ¿Se habría equivocado la Fancy? ¿Merecería mi amiga en esos momentos mi desprecio, un par de groserías y eventuales descomedimientos por darme una dirección equivocada? Respiré nuevamente mirando como avanzaba la bruma hacia Viña del Mar. Tal vez eso me calmaba un momento.
El guardia, tomó su aparato de radio y se comunicó con la administración solicitando la confirmación de esta personal pesquisa. Mientras, me dediqué a observar alrededor notando que las fechas eran todas de hace cuatro años atrás y, según la data de fallecimiento –también de acuerdo a la información proporcionada por la Fancy- era del año 91.
- ¿No lo habrán exhumado? – pregunté. Las tumbas tienen fechas muy nuevas.
Por la radio dieron la respuesta que yo no esperaba
- Que la persona baje a hablar en administración directamente mejor- indicó la voz.
- Es mejor que vaya rápido, cierran a las 17 y faltan dos minutos. Aunque yo creo que lo esperarán.
Agradecido de su ayuda bajé rápidamente, pensando que eso era lo primero que debí hacer.
Ya en la oficina de la administración, una rubia –no natural por lo demás- me esperaba con cara de pocos amigos junto a otro guardia. Le expliqué mi intención de la búsqueda a grandes rasgos, haciéndole ver que por la fecha y el lugar donde rastreaba, bien pudieron haber reducido los restos y haberlos cambiado de lugar. Agregué, además, que disculpara la hora y, haciéndome el simpático, le dije que no quería abusar de su tiempo, y que podría venir en otra ocasión.
Al parecer apelé a su buena voluntad, tomó un gran libro y buscó por unos minutos. El reloj de la oficina marcaba las cinco y diez de la tarde.
- Si -me dijo sonriendo- fue cambiado de lugar. Está en otro cuartel. Le daré la dirección. Y en un pequeño papel cuyo rotulo indicaba Certificado de Ubicación me entregó los datos.
- Yo le ayudo a llegar- se ofreció el otro guardia
Agradeciendo una vez más a la joven, emprendimos nuevamente cuesta arriba. A transpirar otra vez. En esta ocasión el guardia, papel en mano, me guiaba entre las sepulturas. El lugar en cuestión se encontraba a medio camino del anterior, en una gran construcción llena de pequeños nichos de reducción, justamente a mi izquierda de donde había decidido empezar la búsqueda.
Ahora buscábamos el cuartel 9, nicho 239, sector muralla. En este recinto, las numeraciones también nos acompañaban, pues estaban correlativas y mucho más definidas. Sin embargo el nombre no aparecía.
Revisamos lentamente... 236, 237, 238, 240. El número en cuestión no estaba. ¿Otra vez error de transcripción? Me detuve a mirar más resuelto y entre las lápidas -todas con sendas inscripciones de los noventa y tantos- se presentaba una allá en lo alto, sin cubierta, solo toscos ladrillos y un par de jarrones de greda con flores secas. Me empiné para girar estas vasijas, pensando que podrían ocultar algo detrás.
La tumba encaramada en el largo complejo de nichos se veía olvidada, definitivamente abandonada. Al voltear el jarrón apareció pintado toscamente a mano el nombre Jorge. Solo el nombre, sin apellido, ni fecha, ni nada más que lo identificara.
- Esta es -le dije- al guardia. Estoy seguro, auque no diga nada más.
Le di las gracias y quedé un momento a solas.

P’tas que me costó encontrarte Jorge- le dije mientras recuperaba aliento- pero, lo logré. Se hacía necesario un poco más de esfuerzo para definir el lugar donde estás. Tal vez era una manía mía o bien, como lo dije anteriormente, me siento un militante de la memoria. No creo que sea casual que lo haya encontrado, todo tiene sentido en el día a día.

Estuve con el Maleta un rato en silencio pensando en su vida. Año 1991. ¿Qué había estado haciendo yo en esa fecha? Era enero, disfrutaba de las vacaciones, pleno verano. Jorge tendría cerca de 30 años. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía realmente? Tanta interrogantes.

Habría que buscar más y... no sé, talvez propondría al resto del curso juntarnos para hacerle una lápida como corresponde. Miré la hora, ya iban a cerrar el recinto. Había logrado encontrarlo y satisfacer mi curiosidad después de tantos años, pero la tarea no estaba completa. Seguiría una etapa más.
Abril 2008

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